CARGADO DE ORQUIDEAS AL CIELO

Gustavo Gòmez Ardila

gusgomar@hotmail.com

Hoy no voy a mamar gallo, como en casi todas mis columnas. Con el corazón deshilachado no hay ánimos para reír ni para tratar de hacer reír. Y así estoy yo, desde que ayer murió Guido Pérez Arévalo. No recuerdo cómo ni cuándo conocí a Guido. Dirigía el Icetex, de Cúcuta, y su apoyo fue decisivo para que mi hija mayor pudiera ir a estudiar medicina a la Unión Soviética. La hija de un godo rezandero como yo, en un país ateo y comunista.

Desde entonces nuestra amistad fue creciendo. Hacíamos tertulias de poesía y canciones. Fue él quien, a punta de coba y de vino, me estimuló a publicar mi primer libro de poesía, Oficio de caminante. Recuerdo una de sus canciones favoritas : “Llegaste a mí como las aguas de los mares, con tanta fuerza que en tus brazos me perdí”. Militábamos en el mismo grupo político, le jalamos los dos al periodismo, ideamos un periódico y sacamos tres números, inventamos un programa radial de poesía y cultura, que duró cinco emisiones, pero seguíamos escribiendo y leyendo y publicando escritos y disfrutando de la vida.

Su amor por La Playa de Belén no tenía límites. Siendo apenas un estudiante de Derecho en la Libre, de Bogotá, y empleado del Incora, sacaba un periódico, Noticias Playeras, que lo dio a conocer como un intelectual en la región de Ocaña. De vuelta a su terruño se dedicó a la investigación histórica y así publicó la Monografía de La Playa, creó el Centro de Historia de su pueblo y, gracias a sus investigaciones publicadas, La Playa pasó a llamarse La Playa de Belén.

Los dos nos hicimos miembros de las Academias de Historia de Ocaña y de Norte de Santander, pero Guido tomó el camino de la política activa, en cuyo ejercicio llegó a ser Representante a la Cámara. Desilusionado de la política se retiró a la docencia universitaria. Estableció su residencia en Chinácota, pueblo del cual también se enamoró y donde el tiempo lo repartió en dos hermosas actividades: la historia y la poesía. Escribió una monografía de Chinácota y la historia del colegio San Luis Gonzaga.

Siguió jalándole a la poesía, pero de otra manera: empezó a cultivar orquídeas en su parcela y montó un restaurante para pájaros. Así lo llamaba. Como orquídeocultor llegó a tener cientos de variedades y las gentes llegaban desde Cúcuta y Pamplona a admirar sus maravillosos cultivos. Como chef de pájaros colocaba tablas y comederos entre los árboles de su parcela para que los pájaros del cielo llegaran a alimentarse. No los enjaulaba, no los perseguía, no los discriminaba. Allí llegaban toches, azulejos, picoeplatas, cucaracheros en busca del agua azucarada, el arroz y el alpiste que Guido les preparaba todos los días. Madrugaba antes que el sol y antes que la neblina se alejara, para tenerles el desayuno servido cuando las aves llegaran a alegrar el vecindario con sus cantos y el colorido de sus plumajes. Eso es poesía. Hace poco decidió radicarse en Cúcuta. Siguió siendo poeta. Escribía versos, de los cuales yo era su confidente, pero además, como no tenía terrenos para sus siembras, consiguió materos grandes de barro y allí sembró mangos, aguacates y otros árboles frutales, que no crecían ni daban frutos, pero que ponían a soñar a Guido rodeado de árboles frutales. Le pregunté por qué no sembraba cocotas y me dijo que las cocotas sólo se daban en Ocaña. Con sus cultivos de orquídeas y su restaurante de pájaros y sus versos, se fue para el cielo. Dios lo llamó para que le alegrara su existencia.

Fotografìas del dr. Guido Antonio Pèrez Arèvalo, desde la terraza de su casa en el barrio Ceiba II en la ciudad de Cùcuta